En el fondo es buena persona”… y otras excusas para ignorar tus límites

Hay frases que vienen con trampa, como si fueran galletitas envenenadas con forma de corazón. “En el fondo es buena persona” es una de esas. ¿Quién no la ha dicho alguna vez con un suspiro resignado y el estómago en modo centrifugadora? Es el comodín emocional que usamos para justificar lo injustificable, como si la bondad oculta en lo más profundo del alma de alguien tuviera más valor que cómo te trata en el día a día.

Spoiler: si tienes que excavar tan hondo para encontrar lo bueno en alguien, probablemente no vale la pena el esfuerzo. Porque no eres arqueóloga emocional, ni rescatista de hombres rotos, ni curandera de traumas ajenos. Y sin embargo, ahí estamos, repitiendo el mantra como si fuera suficiente con que “en el fondo” tengan buenas intenciones, aunque en la superficie sean un desastre emocional, un egoísta funcional o simplemente alguien que no te quiere bien.

Esta frase es peligrosa porque esconde algo más profundo: la idea de que exageramos, de que nuestro malestar es secundario frente a la “esencia” de alguien. Es la forma bonita de decirte que tus límites son negociables, que tus sentimientos son sospechosos y que, si te hizo daño pero no era su intención, entonces la culpa es medio tuya. Y así, vamos invalidando nuestro propio juicio, una frase hecha a la vez.

Y claro, el feminismo también pasa por esto. Por dejar de justificarlos. Por darnos permiso para salir corriendo antes del drama final, antes del “ahora sí se pasó”, antes de que nuestras amigas tengan que hacer la intervención. Porque el patriarcado no sólo se mete en nuestras relaciones con gritos o violencia física, también llega envuelto en frases como esta, con sonrisas tibias y una dosis de culpa.

Lo más irónico es que esta frase tiene género. Porque a los hombres se les permite ser “buenos en el fondo” aunque hayan sido unos imbéciles en la práctica. Pero si una mujer comete un solo error, se le pega la etiqueta de “loca”, “tóxica” o “difícil” sin ningún fondo redentor que la salve. No se nos da el beneficio de la duda, mucho menos el de la profundidad.

Así que, si últimamente te estás sorprendiendo a ti misma diciendo “pero en el fondo…” cuando hablas de alguien que te hace sentir como el culo, detente un segundo. Pregúntate: ¿y en la superficie qué? Porque ahí es donde vives, donde sientes, donde decides. Y si la superficie está llena de dudas, silencios incómodos y justificaciones constantes, entonces no hay fondo que valga.

Porque no estamos para bucear en lo más hondo del alma de nadie buscando pepitas de oro. Estamos para sentirnos en paz, en coherencia, en amor propio. Y eso, amiga, no se encuentra en las profundidades de nadie más.

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